miércoles, 9 de junio de 2010


Erase una vez un ratón tan vago, tan vago, que se pasaba el día y la noche metido en la cama sin dar golpe.
-Eso de trabajar no se ha hecho para mí. -repetía siempre y a continuación se ponía el gorro de dormir ¡y a la cama! Hasta que una noche ocurrió lo peor que podía pasarle: ni más ni menos que la cama se rompió en dos y el pobre se pegó un batacazo de padre y muy señor mío.
Enfurecido y con el cuerpo dolorido a causa del golpe, el ratón pensó que había sido objeto de una broma y se dispuso a encontrar al culpable, que sin duda sería alguno de esos que no hacían más que decirle que tenía que trabajar.
Se sentó en una silla y comenzó a hacer una lista de sospechosos. Pero cuando la silla también se rompió y dio con sus huesos en el suelo, comprendió que el único culpable era él: había engordado tanto con su vagancia, que los muebles no podían aguantar su peso. Así que desde ese día se transformó por completo y comenzó a trabajar y a hacer ejercicio hasta convertirse en uno de los ratones más ágiles y esbeltos de toda la ciudad.
Leyenda’’

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